100 METROS         

El cine es una de mis pasiones, y una de mis películas favoritas se titula Hannah y sus hermanas (Woody Allen 1986). En ella, el hipocondríaco protagonista protagonizado por el propio Woody, sufre una crisis existencial. Ni su estudio de la filosofía universal ni años de psicoanálisis le han servido para hallar un sentido a su vida, ni consuelo a su —antes o después— inevitable muerte. Probará a convertirse al catolicismo e incluso se acercará a los hare krishnas —interesado en la promesa de la reencarnación—, sin encontrar ningún alivio. Desesperado, intentará suicidarse utilizando una escopeta, pero ante su total inutilidad para llevar a cabo esta empresa, y tras destrozar gran parte de su mobiliario, decidirá abatido salir a la calle a deambular sin rumbo fijo.

Por inercia entra en un cine de barrio, y lo que proyectan en la pantalla le hará ver “la luz”, como si fuera una revelación: unos grotescos soldados marcan el ritmo muy serios con marcialidad  —sin moverse de su ordenada hilera—, mientras los Hermanos Marx hacen música golpeando desde atrás con sus baquetas los cascos de los militares, mientras se tronchan de la risa. La secuencia es hilarante, y oímos en off la voz de nuestro “héroe”: ¿Cómo puedes pensar siquiera en suicidarte? Mira a toda esa gente de la pantalla: es divertidísimo. ¿Qué más da si lo peor es cierto? Si dios no existe y solo pasas por la vida una vez, ¿no quieres vivir esa experiencia? No todo es una pesadez. Pensé: debería dejar de amargarme la vida buscando respuestas que nunca tendré, y disfrutar de ella mientras dure.

Tras este inspirado prólogo, hablaré de la recientemente estrenada 100 METROS (Marcel Barrena 2016), una muy buena tragi-comédia interpretada por Dani Rovira y Karra Elejalde en los papeles principales. Una película sobre una superación, que bebe de otro magnífico film llamado Intocable (Olivier  Nakache 2011).

Está basada en el imprescindible documental —disponible en internet—  El informe Robinson. El reto de Ramón (apunten, apunten). Estas son algunas de las frases que expresa el afectado por esclerosis múltiple  Ramón Arroyo en el reportaje, y alguna reflexión mía a continuación:

–Sentí mucho miedo. Miedo. Miedo ante lo desconocido.

“El horror. El horror” (Joseph Conrad). Parece ser que en nuestra naturaleza primitiva subsiste el instinto de intuir peligros, y esto nos ha servido para la supervivencia de la especie. Hoy en día, seguimos teniendo miedo, pánico, terror a la incertidumbre, muy presente en nuestra enfermedad.  Yo a veces cuando siento miedo, me hago la pregunta: “¿Cual sería una catástrofe que me impidiera ser razonablemente feliz?” Quedarme en silla de ruedas; pero no solo eso: perder todo el pelo; encima, que no parara de llover; y para más INRI, no tener conexión Wi-Fi!

Tengo un amigo parapléjico al que —como a Stephen Hawking— los médicos en su infancia pronosticaron solo unos pocos años de vida. Hace más de 20 años se mudó a Cuba a vivir y, actualmente, a sus 60 primaveras mantiene intacta su franca sonrisa y su sentido del humor (desde aquí un besote a su hijo de meses Rubén).

-“Yo no había escogido tener esclerosis múltiple, pero él (mi hijo) no había escogido tener un padre amargado”.

Por esta razón —y para encontrarnos mejor por dentro y por fuera— tenemos el deber de mejorar nuestro estado anímico. ¿Cómo? Haciendo ejercicio, mejorando nuestra dieta y solicitando ayuda psicológica. Esto está en mil páginas en GOOGLE, así es que no vale decir “aaaah, es que yo no sabía”.

-“A la meta no se llega superando a los demás, sino superándose a uno mismo”.

Mi triatlón particular son “momentazos” como cuando todas las noches mi hija preadolescente —después de algún enfado del que no entiendo nunca el motivo— viene a mi cama, me da un beso y me desea con una mirada sincera “bihar arte, aita”(“Hasta mañana, aita”). Yo le devuelvo el beso con un “maite zaitut, polita” ( “te quiero, preciosa” ).

Y es que —poniéndome serio— estoy convencido de que “una sociedad centrada en cuidar la infancia nos ahorraría mucho dinero y sufrimiento en cárceles y hospitales”(Oliver James). Del mismo modo, pienso que unos padres y madres que atienden a sus niños con empatía y cariño se ahorrarán mucho en psicólogos y … disgustos.